lunes, 23 de julio de 2018

TARTA DE TRES CHOCOLATES


La noche que cumplí veintisiete años me pasé más de media hora recibiendo a los invitados que llegaban. Todos me estampaban un par de besos en la cara y algunos, un regalo en las narices.
Solo hacía tres meses que David y yo habíamos alquilado un piso muy céntrico en Sevilla. Era algo pequeño pero con una gran terraza.
Se supone que teníamos suerte, apenas llevábamos poco más de años licenciados en Historia y ya teníamos ambos un trabajo estable: él en el Archivo Provincial y yo en una empresa de turismo. No nos iba mal.
Para celebrar mi cumpleaños, David había ideado organizar una cena con amigos en nuestra terraza aprovechando la brisa fresca de las noches de verano. Estábamos a mediados de julio. Él correría con todos los gastos; ese sería mi regalo de cumpleaños. Pero además, pretendiendo hacer una especie de labor social amorosa se empeñó en que invitara a todas mis amigas solteras y él hizo lo propio con sus amigos para ver si del encuentro surgían nuevas parejas.
—Invítalas a todas. Cuántas más mejor— me dijo David unos días antes.
—Oye, que no son carnaza para tus amigos— le respondí.
—Aquí nadie va a ser carnaza de nadie, Rocío —rió con la boca cerrada —. La idea es que hay mucho desparejado suelto por el mundo y que nosotros, ahora que estamos bien, que somos felices y lo tenemos todo, podríamos ayudar presentando a algunos y si surge algo… Quién sabe, lo mismo dentro de unos años estaremos rememorando esta cena y alguno de ellos estarán dándonos las gracias por haberlos presentado.
—No somos una agencia matrimonial, David.
—Eres muy negativa.
—No es que sea negativa, es que no me va ese rollo de hacer de celestina. Además, muchos de nuestros amigos se conocen. En realidad, están hartos de verse. Estudiamos en la misma facultad, la misma carrera y en la misma clase, cariño, parece que se te olvida.
—Ya, nena, pero tienes a más amigas que no son de la carrera y a compañeras del trabajo.
—Bueno, sí…
—Pues no se hable más.
Y durante días, no se habló más. Yo solo tuve que preocuparme por adecentar la casa. David, que siempre fue un “cocinillas” organizó todo lo referente a la comida para la cena. Como no entendía demasiado de vinos, compró los más caros; «Al final a la gente lo que le importa es que cuando los invitas te gastes dinero en ellos aunque le sirvas vinagre cobrizo y se encallen las encías cuando lo beban. Aun así, seguro que cogen la botella, leen la etiqueta y dicen: Vaya tío, ¡este vino te ha tenido que costar una pasta!».
Un par de noches antes de mi cumpleaños, hablamos sobre a quién invitaríamos.
—No olvides invitar a Virginia. ¿Aún tienes su número de teléfono?—dijo David.
—¿Virginia? ¿Qué Virginia?—le pregunté.
—Virginia la de clase. La que hizo contigo aquella exposición sobre la vida de frontera en la Edad Media y acabasteis las dos discutiendo con un guiri que no paraba de llevaros la contraria. ¡Menudas erais! ¿No me digas que no la recuerdas?
—Sí, la recuerdo. Debo tener su número grabado en el móvil. A lo mejor también lo tienes tú.
Virginia había sido nuestra compañera de clase los cinco años de carrera. Salíamos con el mismo grupo de amigos de la facultad y solíamos hacer los trabajos y exposiciones de clase juntas. La gente decía que formábamos un buen equipo. Pero en el último curso yo empecé a salir con David, el chico del que ella había estado enamorada desde primero. Todos nuestros compañeros lo sabían. David también lo sabía. Poco a poco Virginia y yo nos fuimos distanciando hasta perder el contacto.
—Sí, quizás lo tenga grabado aún. Luego lo miro y te digo —dijo él.
—A lo mejor ahora está saliendo con alguien —le dije.
—No, creo que no. Supe que tuvo un par de relaciones, una que duró unos meses y otra poco más de un año, pero ahora no está con nadie. Piensa que en cierto modo, se lo debes.
—Yo no le debo nada a nadie.
—Pero, ¿la llamarás?
—Lo haré.
Por la mañana la llamé. Me dijo que vendría.
Y ese es el motivo por el que me encontré aquella noche celebrando mi cumpleaños entre desconocidos y gente a la que hacía mucho que no veía.
No me arreglé demasiado para la ocasión. Me puse los mismos vaqueros que había llevado al trabajo y me cambié la camiseta que tenía por una blusa.
De los invitados, Virginia llegó la última.
Cuando abrí la puerta, yo le sonreí y ella se me echó a los brazos.
—¡Cuánto tiempo, Rocío! —exclamó a modo de saludo.
—Sí, ya ves. Bueno, nunca es tarde ¿verdad? —dije yo.
—Claro que sí, mujer —dijo—. Estás estupenda, eh. Has cogido algunos kilos ¿no? Pero te sientan muy bien.
—Sí, debe ser la buena vida. Tú sin en cambio, estás delgadísima. ¿Y eso? Supongo que el estrés del trabajo. A veces el ritmo de vida que llevamos hoy día nos pasa factura.
—Sí, es verdad. Estuve trabajando como profesora de clases particulares en una academia hasta el mes pasado. Mi contrato venció y la academia no me lo renovó porque están pensando en cerrar. Ya sabes, la situación económica ahora, es lo que tiene…
—Te entiendo. La verdad es que David y yo no nos podemos quejar en ese tema. De todas formas no te preocupes, seguro encuentras algo pronto.
Le volví a sonreír y la invité a pasar. Ella también sonrió y me entregó su regalo. Era un pequeño frasco de perfume de Agua de rosas de Adolfo Domínguez.
Cuando estudiábamos juntas, en una ocasión le dije que el perfume de Agua de rosas era una fragancia perfecta para mujeres que pasaban de los cuarenta años y que por eso solía regalárselo a mi madre.
Ya en casa, abrazó a David con la misma efusividad con la que me había abrazado y le regaló un par de sonoros besos. Yo la invité a sentarse en la mesa, en un hueco que quedaba entre dos amigos de David. Ambos informáticos y sin pareja conocida desde hacía años. Sus asientos quedaban lejos de dónde nos sentaríamos David y yo.
David sacó varias botellas de vino y algunas cervezas y refrescos. En la mesa se sentaron unos veinte comensales. Había comida para más del doble.
David se la pasó dando paseos de la cocina a la terraza y viceversa, sin dejar que nadie le ayudara. Iba a por la ensaladilla, luego a por el aliño de de pimientos, la tabla de quesos, los platos de chacina, la tortilla, las aceitunas, los picos, el pan…
Yo fui a por unas copas que aún tenía guardadas en el armario de la habitación de invitados. Las habíamos comprado en IKEA poco antes de venir a vivir al piso pero no las habíamos sacado aún. No eran los únicos trastos que andaban escondidos en esa habitación a la que no dábamos uso.
Como el armario quedaba enfrente de la cama, incliné el cuerpo y estiré los brazos para llegar a la parte más alta que era dónde estaba la caja con las copas.
Al bajar de la cama, el móvil que tenía guardado en el bolsillo derecho del pantalón empezó a sonar con la melodía que tengo puesta para los mensajes.
Me lo saqué del bolsillo y leí el mensaje: “Felicidades preciosa. ¿Qué tal? ¿Cómo te va?”
Me lo enviaba “C.G”. C.G son las siglas de una entrada en mi móvil con un número de teléfono que llevaba guardando muchos años. Lo tenía memorizado en la tarjeta SIM para no perderlo cada vez que cambiara de móvil. C.G son las siglas de Carlos Gil un amigo, siete años mayor que yo, al que conocí unos meses antes de entrar en la facultad y con el que empecé a salir estando en primero de carrera pero solo unos días porque recibió su primera oferta de trabajo en Barcelona y se mudó. No planeamos mantener una relación a distancia, ni nada de eso. Me estuvo llamando durante un tiempo. Lo siguió haciendo incluso cuando empezó a salir con una compañera de trabajo, Carmen, pero cada vez con menor frecuencia hasta que dejó de llamar. Yo tampoco lo llamé. Hacía al menos cinco años que no cruzábamos palabra y que no sabíamos de la vida el uno del otro. Ni si quiera nos teníamos agregados en las redes sociales.
Guardé el móvil en mi bolsillo y volví a la terraza.
Allí ya se habían hecho las presentaciones oportunas y se habían formado los correspondientes grupos. Los dos acompañantes de Virginia no paraban de darle conversación. Ella respondía escuetamente.
David empezó a rememorar anécdotas. Siempre hacía eso en las fiestas. Yo piqué algunas aceitunas y me tomé un par de copas de vino.
Los platos se vaciaron pronto. David me pidió que lo ayudara, en la cocina, a servir el segundo.
Había preparado escalope de ternera en salsa de almendras, acompañado con unas bolitas de patata que se había llevado toda la tarde haciendo. Yo enchufé la freidora para freír las bolitas y saqué un par de salseras en las que verter la salsa sobrante por si alguien quería echarse un poco más. Él preparaba los platos con la carne todo lo rápido que podía.
—Pareces nervioso, cariño. Estate tranquilo. Todo está saliendo bien.
—Sí, eso creo. He visto tontear mucho a uno de mis amigos, Marcos, con tu amiga esa, la pelirroja.
—¿Con Marta?
—Sí, con ella.
—¿Todavía sigues con esas? ¿No se supone que era mi cumpleaños? Quiero que dejes ya esa pose de maruja casamentera. No te pega. No me gusta.
—Pero, ¿Qué tiene de malo? Si nuestros amigos “intiman” pueden salir con nosotros y…
—¿Lo estás haciendo por eso?
—No, mi vida.
—Vaya que lo de mi cumpleaños era una excusa para organizar esto…
—No te pongas así, nena. He hecho tu tarta preferida, de tres chocolates. La hice esta mañana cuando estabas trabajando. La tenía cuajando en el congelador. La voy a sacar para que no esté tan dura. Te va a encantar. Incluso te he comprado velas.
—Será mejor que empecemos a llevar los platos de carne a la mesa o se van a enfriar.
—Está bien.
Llevamos todos los platos a la mesa entre los dos. Finalmente le di una de las salseras a David y yo me quedé en la cocina para coger la segunda salsera y algunos cubiertos más.
Antes de nada me saqué el móvil del bolsillo y respondí a C.G.
Gracias. ¡Cuánto tiempo! Me va muy bien. Terminé la carrera y he encontrado trabajo de lo mío. ¿Y a ti qué tal te va?”
Volví a la terraza. Durante mi ausencia y la de David muchos se habían cambiado de asiento. Virginia estaba a tan solo un comensal de distancia de David y no dejaba de mirarlo. De vez en cuando, le sacaba tema de conversación. Yo intervenía y mientras hablaba acariciaba el hombro de David.
Al cabo de un rato Virginia propuso un brindis, por los anfitriones. Así que me serví más vino y alcé mi copa como hizo todo el mundo.
Probé un par de bolitas de patata bañadas en salsa de almendra. Estaba tragándome la segunda cuando mi móvil volvió a sonar. Tuve que hacer pasar la patata con un trago de vino y lo cogí.
—¿Quién es, nena? —me preguntó David.
—Mi hermana, me envía un mensaje para preguntarme qué tal va todo. Ya sabes que es muy curiosa…. —le respondí sin levantar la vista del móvil.
En el remitente del mensaje ponía C.G y el contenido decía: “¡Me alegra que te vaya bien! A mí me va regular, Carmen y yo lo hemos dejado después de varios años. En lo profesional me va mejor. Tengo un nuevo trabajo en el que viajo mucho.”
Yo le respondí instantáneamente: “Vaya, siento lo de Carmen y tú. Espero que estés bien. Enhorabuena por tu nuevo trabajo, siempre te gustó mucho viajar. Seguro que estás contento con ese cambio.”
Me serví otra copa de vino y probé un poco de la carne.
Cuando terminé me levanté, cogí mi plato y varios vacíos pero David me los quitó de las manos.
—Tú quédate aquí tranquila. Voy a preparar la tarta. Virginia me puede ayudar, ¿Verdad, Virginia?
—Por supuesto —respondió Virginia levantándose rápidamente de su sitio.
—No, cariño. Será mejor que te ayude alguno de tus amigos. Hace mucho que Virginia y yo no hablamos. Nos gustaría ponernos al día. ¿A que sí, Virginia?
Virginia asintió con la cabeza, sin decir palabra y se volvió a sentar.
Después de irse David, Virginia y yo no hablamos. Ella se giró en su silla hacia un lado y yo hacia el otro.
Recibí otro mensaje de C.G: “Gracias por los ánimos, guapa. ¿Sabes? He estado pensando en ti.”
No respondí el mensaje en ese instante. Me serví otra copa de vino. La bebí a sorbos largos.
Todos estaban charlando animadamente formando coros de pie alrededor de la mesa y varios aún sentados. Virginia se levantó para integrarse en la conversación que mantenían los informáticos con dos de mis amigas.
Algunos empezaron a entrar en la casa y a trastearlo todo. La mayoría miraba los cuadros de fotos. Teníamos muchos por todo el piso.
Una amiga gritó desde el salón.
—¿Ese es el Teide? ¿Habéis ido a Tenerife?
—Sí. Fuimos el verano pasado con los padres de David. —le respondí yo, también gritando, a la vez que me servía otra copa de vino.
Con la copa llena hasta el borde reposando en la mesa, saqué el móvil de mi bolsillo y respondí a C.G:”Me ha sorprendido mucho que me mandaras un mensaje. Yo también he estado pensando en ti.”
—Míralos a los tortolitos, qué románticos. ¿Cuántas veces habéis ido a Paris? Tenéis tres fotos distintas frente a la Torre Eiffel —gritó otra amiga mía desde el comedor.
—Sí, supongo que es la típica foto. Hemos ido tres veces pero dos fueron por asuntos de trabajo míos y David me acompañó. Nos gusta mucho Francia y el francés es el idioma en el que mejor nos defendemos los dos —respondí gritando cuanto pude.
De pronto, las luces se apagaron y del comedor a oscuras emergió David con la tarta y veintisiete velas encendidas hundiéndose en la capa superior de chocolate blanco.
Todos empezaron a entonar el cumpleaños feliz descompasadamente.
Hacía años que nadie me cantaba el cumpleaños feliz.
David me besó en la frente. Luego puso la tarta sobre la mesa y me dijo:
—Sopla las velas, nena.
Las soplé.
Al ver que no quedaba ni una vela encendida empecé a quitarlas del a tarta. La capa de chocolate blanco parecía un campo de cráteres. David partió la tarta y repartió un trozo generoso a cada invitado.
Yo me había comido tres o cuatro cucharadas de tarta cuando recibí otro mensaje de C.G: “Me gustaría volverte a ver. Te he echado tanto de menos… En septiembre viajo a Sevilla. ¿Quieres que te avise y quedemos para tomar una copa?”
Sostuve con una mano el móvil y con la otra agarré la copa de vino que ya estaba a la mitad y me la terminé de un trago.
David estaba sentado a mi lado riendo a carcajadas y apurando las últimas anécdotas de la noche.
—Cariño, ¿No habías comprado unos chupitos?— le pregunté.
—Sí, de tequila, de vodka caramelizado, de hierbas y hasta de limoncello.
—¿Por qué no los sacas ahora?
—Buena idea. ¿Me acompañas?
—No, cariño. Mejor que te acompañe Virginia creo que ustedes aún tenéis mucho de qué hablar para poneros al día.
Virginia que se había sentado en el otro extremo de la mesa, me miró con cara de incredulidad. Yo sonreí mientras asentía con un leve movimiento de cuello. Ella se levantó presurosa.
—Yo te acompaño, David —dijo Virginia. Lo acompañó a la cocina agarrándolo por el brazo y dorándole la píldora —. ¿Has hecho la tarta tú? ¡Qué apañado eres! Estaba buenísima. El otro día hice una tarta parecida…
Yo volví a coger el móvil y le respondí a C.G.: “Yo también quiero volver a verte. Ok, avísame cuando vengas. Te espero.”
Cuando los invitados se fueron, David y yo estuvimos un buen rato recogiendo platos y vasos. Ya en la cama, él me buscó. Jugó con sus manos entre mis piernas y me mordió el cuello bajando hasta el pecho para chupar mis senos como un felino hambriento, pero aquella noche no hicimos el amor, ni la siguiente.

RELATO PREMIADO EN EL IV CONCURSO DE RELATOS ALBERTO FERNÁNDEZ BALLESTEROS. JUNIO 2016.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Aparece cada mañana a la misma hora.

Aparece cada mañana a la misma hora, a las 12:30, va cojeando de la pierna izquierda y se ayuda de un carrito para andar. Debe tener  poco más de cincuenta años. Va aseado, aunque viste cazadora juvenil. El traqueteo de su carrito apenas enturbia el silencio zumbante de la biblioteca y los cuatro motores de la austera calefacción. Nadie parece reparar en su presencia cuando llega. Solo yo, que lo espero. Siempre repite el mismo ritual. Avanza hasta la última mesa y deja el carrito. Desanda sus pasos, ahora con más dificultad y coge un libro. Siempre el mismo. Uno de tapas gruesas negras y tamaño folio.Vuelve hacia el asiento junto a su carrito y se sienta seis minutos. Ni uno más, ni uno menos. En ese corto espacio de tiempo ojea el libro con desidia. Pasado el tiempo se levanta y lleva el libro hasta una mesa que se encuentra cerca del mostrador. Pero no al mostrador. Luego, avisa a las bibliotecarias del lugar donde ha dejado el libro, regresa a por su carrito y se va. Y yo no lo entiendo. Yo siempre quiero entenderlo todo pero eso no lo entiendo. A él no lo entiendo. He dejado de leer a Mitre, Gramsci, Pierre Vilar y a otros tantos solo por verle ojear el mismo libro en bucle, cada día. Me he inventando montones de explicaciones razonables para su sin razón. Hoy estuve a punto de resolver el enigma preguntando a las bibliotecarias. Porque asumo que ellas si saben lo que ocurre, lo intuyo por las miradas de complicidad que se dedican nada más verlo llegar. Pero no lo he hecho. He recordado que son las cosas que no alcanzo a comprender las que impulsan a escribir. Y lo echo de menos. Mientras no sepa por qué actúa así, hay un abanico ilimitado de posibles respuestas que puedo fantasear. Es el esbozo de un personaje. El esquema desdibujado de una trama. Una historia por contar.

domingo, 9 de octubre de 2016

LO QUE APRENDÍ DEL TIEMPO CON JAVIER OLIVARES.

Hay chicas que sueñan con ser como Beyoncé mientras que yo sueño con ser como Javier Olivares. Más que nada porque la genética en mis caderas se tomó muy a pecho aquello de que ancha es Castilla, así que curvas yo ya tengo. Y porque bailar como la diva te debe de dar, por lo menos, lumbago crónico. Y está la Seguridad Social en España como para coquetear con ella.

No. Yo no quiero dominar el escenario sino el tiempo. El de fuera y el de dentro. En el que se vive y sobre el que se escribe.

Hace unos días, en la  página de Facebook de la Delegación de Juventud de mi pueblo, me encontré con un cartel que anunciaba un encuentro con Javier Olivares y en el que se leía: «Todo lo que quisiste saber y ahora puedes preguntar sobre el Ministerio del Tiempo». O lo que es lo mismo, se avisaba que el guionista creador de la serie, Javier Olivares,  dedicaría parte de la tarde del sábado aguantar estoicamente todas las preguntas min-histéricas que le quisiéramos hacer, así fueran del tipo: ¿Cuándo salen las oposiciones para ser funcionario del Ministerio del Tiempo?

Tuve claro que no me perdería ese evento. No porque sea fan de la serie, tampoco porque sea Licenciada en Historia y ni siquiera porque sea escritora, bueno, esto último lo pretendo, que no es poco. Sino porque con Javier Olivares me ocurrió un día lo que con Philip Roth hace unos años. Cuando leí “El lamento de Portnoy” de Philip Roth sentí envidia, muchísima envidia que pronto se tornó en admiración, pues sabía que nunca había leído nada igual, nunca me había encontrado con una técnica literaria así y yo quería escribir de esa forma, con mi sello, pero con esa maestría. Me volvió a ocurrir lo mismo al ver primer capítulo de El Ministerio del Tiempo, sentí envidia, ¿por qué nunca se me había ocurrido a mí una idea así? Sabía que estaba ante un producto diferente y ante una idea rompedora que a mí no me encajaba ni en TVE, sinceramente.

Ayer, sábado 8 de octubre, acudí al encuentro acompañada por dos amigas, que no querían perder la oportunidad de hacerle preguntas al creador de una serie que nos tiene tan enganchadas.

De riguroso negro, como es habitual en él y como si jugara a ser el esbozo de un personaje que aún está por dibujar, Javier Olivares llegó a tiempo y lo detuvo. Me di cuenta ya casi cuando finalizaba su intervención, al sentir vibrar mi móvil sobre mis piernas, dentro de mi bolso. ¿Acaso fui la única que reparó en ello? No, una de mis amigas también lo hizo. De las veinte o treinta personas que acudimos a escucharle, ninguno había sacado el móvil durante toda su intervención más que para tomar alguna fotografía. Tan solo se escuchó el tono de un móvil que fue desatendido.

En los tiempos que corren, con esa tendencia estúpida a creer que el móvil es una prolongación digital de nuestro propio brazo, ¿no es increíble que alguien consiga embelesarnos —parar el tiempo, me gusta pensar a mí que tengo cierta tendencia novelera—hasta el punto de que se nos olvide todo lo demás?

Javier Olivares es un buen orador, qué duda cabe, y como buen orador sabe jugar con el tiempo, no solo detrás de la pantalla.

Respondió a las preguntas de los allí presentes. La gente quería saber sobre la tercera temporada de El Ministerio del Tiempo, aquella que los fans de la serie temimos que no se materializara. Nos contó lo que pudo, que tampoco era plan de hacer spoiler él mismo. Habrá más presencia del Atlántico, dijo, para que también se sientan identificados los muchos seguidores que tiene la serie al otro lado del charco y para hacer capítulos más internacionales. Habrá tres o cuatro viajes. Pero, hayamos leído lo que hayamos leído en presa, nos aclaró que la serie sigue sin tener el presupuesto de una superproducción, vaya, que tampoco podemos pedirle peras al Olmo.

En cuanto a la patrulla, a todos nos corroen las mismas dudas: ¿estará Rodolfo Sancho? ¿Y Hugo Silva? ¿Habrá alguna baja de personajes importantes? Aún están en negociaciones así que poco pudimos sacar en claro. Pero me parece a mí que los ministéricos tendremos que ser bastante comprensivos en ese aspecto porque, como es lógico, la larga demora entre temporada y temporada hace que los actores tengan que seguir rodando, valga la redundancia, y a veces sus nuevos proyectos son incompatibles. Solo nos queda esperar una conjunción astrológica favorable para que haya las menos bajas posibles.

Por otra parte, la mujer seguirá teniendo mucho peso en sus tramas, como lo ha venido haciendo con los personajes de Amelia Folch e Irene Larra. En este aspecto, ayer el guionista nos explicó algo muy interesante y que quizá ya se hayan planteado algunos seguidores de la serie. Es normal que más de uno se  haya preguntado, ¿por qué Javier Olivares eligió hablar de un personaje femenino como la vampira del Raval y no de otro como Clara Campoamor? Las respuesta que nos dio es que la vampira del Raval fue un personaje importante en su época aunque sea desconocida hoy día. Sin embargo, Clara Campoamor es un personaje mucho más conocido que ya se ha tratado incluso en TVE.

De este modo, Javier Olivares hace un homenaje a los pequeños personajes de la historia que soportaron el peso de la Historia con mayúsculas. Para hablar de esta idea, Javier Olivares nos regaló una frase más elaborada y con mejor prosa, que una oyente embelesada no pudo retener. Espero se me perdone mi poca retentiva. Pero a mí de niña no me contaron cuentos y cuando escucho a alguien contar historias de la Historia, y éste me atrapa, me gusta dejarme llevar y fingir que soy una cría a la que aún la Universidad no ha otorgado ningún diploma inútil y desconoce el final de la trama que le están narrando.

Javier Olivares también nos habló de lo que es “Historia contrafactual”, es decir, ese juego o maquinación que tanto nos gusta cuando nos preguntamos ¿qué hubiera pasado sí…? Como hizo en el capítulo “El tiempo en tiempos de Felipe II” y todavía hay algún inconsciente a quien la idea le sedujo mucho.



Hora y media larga dieron para enterarnos de muchas anécdotas, para que Olivares nos ilustrara sus ejemplos con muchos personajes históricos. Sin embargo, lo que a mí más me interesaba, como ocurre siempre que admiras a alguien, era su propia historia personal. Conocerlo a él como personaje histórico. Porque lo es. Quería conocer al hombre detrás del nombre. Quería escuchar hablar en persona al guionista que habla claro del maltrato que se sufre muchas veces los de su gremio. Quería escuchar al hombre quien junto con su hermano, Pablo Olivares, creó una serie para los desencantados con la televisión y encima la emitió en televisión. Tiene bemoles la cosa.

Afortunadamente, una de mis amigas le preguntó sobre cómo había pasado de ser historiador a guionista y él le contestó hablándole de su vida. Así todos los asistentes pudimos conocer que Javier Olivares procede de una familia humilde con unos padres que querían que estudiara una carrera porque ellos no pudieron estudiar. Supimos de sus mozalbetes inicios como actor y de que ahí fue cuando empezó a escribir los guiones para esas obras de teatro. Y descubrimos algo que era fácil de suponer: desde muy joven sintió esa pasión por la escritura.

Muchas veces, cuando oigo a alguien decir que quiere ser pintor, escritor, cantante, actor o, yo qué sé, alcalde de su pueblo, por ejemplo, lo miro, reparo en esa persona a conciencia y al final la información que a mí me llega es la de quiero ser famoso y que la gente me envidie. Y no está mal ese deseo, oye, somos humanos, no perfectos. Aunque otras veces, las menos,  escucho a gente con esos mismos grandes sueños y descubro que en ellos no son moda pasajera sino una auténtica pulsión que los atormenta. Yo siempre digo que para mí la escritura es como una solitaria que tengo anclada en las tripas y que, si no alimento a conciencia, me terminará consumiendo. A eso me refiero.

Javier nos habló de su hermano Pablo. No nos contó una historia lacrimógena. Podría haberlo hecho, pero ya he dicho que Olivares maneja bien el tiempo y sabía que no era el momento. Tampoco creo que le apeteciera. Ni que su hermano, que en paz descanse, querría que diera ese enfoque a sus charlas. No sentí lástima de Pablo, ni si quiera cuando Javier nos confirmó ese subtexto en el capítulo de la despedida de Lorca y Julián que ya se había empezado a comentar en las redes sociales. Para quién no sepa de qué va el tema, me refiero a la mítica escena del abrazo cuando Julián se despide de Federico García Lorca y éste no le avisa de que va a  morir. Lo deja ir. Esta escena es la despedida simbólica de Javier a su hermano Pablo quien, enfermo de ELA, falleció antes de que se estrenara El Ministerio del Tiempo ideado por los dos. Y, como decía, yo no sentí lástima por Pablo sino una profunda admiración por el hombre que escribió en sus últimos días guiones con un ordenador que se activaba por la mirada. Eso y no otra cosa es pasión por lo que se hace.

Fue una gozada escuchar a Javier Olivares para todos los que ayer estuvimos presente en el encuentro que ayer tuvo en la Casa de la Cultura de Los Palacios. Pero para mí, además, fue muy inspirador. Lo necesitaba. Necesitaba escuchar no solo lo que dijo sino la subtrama de mucho de lo que contó: su historia personal. Porque lo reconozco, en ocasiones guerreo contra el tiempo, mi tiempo. A veces me parece que pasa demasiado lento y que las cosas que anhelo y por las que lucho no terminan de llegar; otras veces siento que se acelera y no me da tiempo para asimilar los cambios. También hay veces en las que el tiempo me resulta cíclico y se me antoja una broma de mal gusto que me arroja una y otra vez al mismo punto de partida.

Pero ayer tarde, escuchando a Javier Olivares, comprendí al fin que el tiempo es el que es. Y solo me queda hacer de él algo bueno.


* No podía faltar la foto de recuerdo. A la izquierda una servidora y a la derecha mis amigas Rocío y Úrsula.

domingo, 2 de octubre de 2016

¿DE LA MODA LO QUE TE ACOMODA?

De la moda lo que te acomoda, pero hay a quién le acomoda todo. Y luego se ve cada cosa…

Según parece, desde hace unos días ya es otoño. Yo soy sevillana y aquí ese concepto no lo conocemos, aquí, con un octubre de 35º, solo tenemos verano e invierno y lo de las cuatro estaciones es para los de Despeñaperros para arriba. Pero sabemos que es otoño porque lo pone en el calendario y porque El Corte Inglés y Desigual se lo curran en estas fechas para hacérnoslo saber con sus habituales y sicodélicos vídeos. De esos que después de verlos más que ganas de comprar ropa de la nueva colección lo que te entra es epilepsia.

Claro que entre el mítico anuncio de Desigual del año pasado y el de El Corte Inglés de este año hay un abismo. En el primero las modelos bailaban en el probador, que ya me dirás tú dónde encuentras un probador donde después de colgar el bolso, la ropa que llevas y la que te quieres probar, te quede espacio como para bailar en plan diva me quiero, me amo, qué tipazo tengo, bailo como si me hubiera bebido hasta el agua de los floreros. Mientras que en el anuncio de El Corte Inglés las modelos bailan en sitios mucho más glamurosos como en escaleras y calles desiertas. Y se mueven como si fueran maniquíes oteando el horizonte buscando vete a saber qué, un muslito de pollo o un trozo de pan me supongo yo viendo las pocas curvas que tienen esas mujeres.



domingo, 19 de junio de 2016

TARTA DE OREO Y ALGUNAS CURIOSIDADES SOBRE LA LEGENDARIA GALLETA.



En 2012 las galletas Oreo cumplieron la friolera de cien años, su primer siglo. Hace unos días yo cumplí 28 y, como yo ansío ser tan famosa y longeva como esas legendarias galletas, se me ocurrió celebrar el año que me caía en suerte preparando una tarta de Oreo. Como ves a mí excusas no me faltan nunca.

Yo siempre digo que, por muy original que uno se crea, todo está inventado. Pero, ¿sabías que las Oreo ya estaban inventadas antes de su comercialización? Ya que si bien las Oreo salieron al mercado en 1912, estas deliciosas galletas que todos conocemos hoy día eran casualmente muy parecidas a unas galletas de la competencia: las galletas Hydrox. Aunque dicen que las Hydrox tenían un sabor más fuerte y picante y menos relleno que las Oreo.

Las Hydrox fueron retiradas en 1996, cuando yo apenas atesoraba 8 años y no estaba para investigaciones culinarias, por lo que perdí irremediablemente la oportunidad de probarlas y comparar su sabor con el de las galletas Oreo.

En los anuncios nos muestran que hay mil formas de comer galletas Oreo: mojándolas en leche, separándolas y chupando la crema… Pero a mí lo que realmente me gusta es aprovecharlas para hacer elaboraciones dulces: batidos, helados, tartas y todo lo que se me ocurra.

Así que hoy te voy a enseñar a hacer una tarta de galletas Oreo sin horno. Porque es verano y recuerda que en verano el horno se toma sus merecidas vacaciones. Lo que, a su vez, evita que mueras por un golpe de calor en tu cocina. Que se habla mucho de las caídas en la ducha pero muy poco de los soponcios entre fogones.

Para hacer una tarta Oreo sin horno necesitas: 300 gr. de galletas Oreo grandes, 600 ml de nata para montar, 2 tarrinas de queso para untar tipo Philadelphia, 6 cucharadas de azúcar, 7 láminas de gelatina neutra, 1 yogur natural y mantequilla. Opcionalmente también puedes necesitar algunas mini galletas Oreo y un poco de nata montada.

Lo primero que tienes que hacer es abrir las galletas Oreo, quitarles el relleno, apartarlo en un bol y triturarlo un poco con un tenedor. Luego, tritura las galletas en una picadora y aparta, aproximadamente 50 gr. de galleta triturada. Después, añade a los 250 gr. de galleta Oreo triturada mantequilla a temperatura ambiente hasta hacer una pasta —la cantidad va un poco a ojo, vigila que quede una masa compacta pero no demasiado aceitosa—. Y extiende la masa por la base del molde de la tarta.

Para el relleno mezcla en un bol la nata —líquida, sin montar— salvo unos 50 ml. que has de reservar, el yogur, las dos tarrinas de queso para untar, el azúcar y el relleno de las galletas Oreo hasta que quede todo homogéneo. Cuando lo hayas conseguido pon a hidratar durante unos diez minutos las láminas de gelatina. Una vez pasado el tiempo calienta la nata que habías reservado y disuelve en ella las láminas de gelatina previamente hidratadas.

Para terminar, intégralo al relleno con movimientos suaves y viértelo sobre el molde.

Tras estos pocos pasos, tienes que reservar la tarta en el frigorífico unas doce horas.

El toque final de la tarta, antes de desmoldarla, consiste en esparcir por encima los 50 gramos de galleta Oreo triturada que habíamos guardado. Puedes ayudarte de un colador para que te sea más fácil y quede más homogénea la capa.

En cuanto a la decoración, como verás en la fotografía, en esta ocasión opté por una decoración algo barroca. Aunque tú puedes hacer lo que se te ocurra.

Con lo fácil que es, muy mal se te tiene que dar la cosa para que esta tarta de Oreo no te quede riquísima, decores como la decores.


Un consejo final: ¡pruébala muy fría!

sábado, 7 de mayo de 2016

ESCALOPES DE TERNERA CON SALSA DE ALMENDRAS PARA LA PRIMAVERA.



Filetes de ternera para la primavera. Desde hace unos años ese es mi mantra. Y es que si a otros la primavera la sangre altera —qué sutil y poético puede llegar a ser el refranero español—, a mí me altera el cuerpo entero.

Primero paso por la fase de alergia primaveral que me transmuta en una yonqui, que no yanqui, de ojos rojos y llorosos, con la nariz destrozada y capaz de matar a cualquiera por un chute de antihistamínicos. Y luego, como segunda fase, cojo una anemia de esas de caballo, de las que, por las fechas, siempre se comienzan confundiendo con astenia primaveral hasta que una analítica la descarta y pone en evidencia una anemia ferropénica de agárrate y no te menees, más que nada porque si te meneas mucho te puede a dar un mareo. Vaya, que tienes el hierro por los suelos. No hace mucho leí, y no sé si es verdad, que antiguamente se recetaba chupar llaves a los niños con anemia. Ay, la sabiduría popular, a veces tan sabia, y a veces tan bruta y literal… Si semejante barbaridad fuera cierta, a mi por estas fechas deberían recetarme chupar las vías de un tren.

jueves, 24 de marzo de 2016

UN COCHE PEQUEÑO EN UNA PÁGINA GRANDE.

En 2014 escribí un artículo en el que hablaba del fenómeno youtuber y de cómo estaba reemplazando cada vez más a la televisión.

Lo reconozco, soy una gran consumidora de vídeos en Youtube. Aunque a mis 27 años, hace mucho que se me pasó la época del fanatismo teenager; a mí los youtubers me interesan más como creadores de contenido, a veces, incluso, creativo.

Uno de los youtubers que sigo, Rush Smith, suele contar que su pasión por la publicidad empezó cierto día, cuando aún era apenas un crío, en el que su padre estaba leyendo el periódico. Ese día Rush Smith reparó que entre las páginas había una en blanco y en el centro aparecía una imagen muy pequeña anunciando un coche. En medio de su ingenuidad, Rush le dijo a su padre algo así como que los del anuncio se habían gastado tontamente el dinero en una página entera, porque la imagen del coche que habían puesto era tan pequeña que nadie se iba a fijar en él. A lo que su padre respondió: «Pues ya han conseguido que tú te fijes».

Los caminos de los publicistas, para el resto de los mortales, son inescrutables, pero todos persiguen lo mismo: captar nuestra atención e incitarnos a comprar.

La era digital evoluciona, más que a pasos, a zancadas agigantadas. Si hace dos telediarios hablábamos del marketing de contenidos, ahora, una zancada más allá, lo que impera es el marketing de influencers.

Los influencers o líderes de influencia, es decir, aquellas personas cuyas opiniones tienen influencia potencial sobre su audiencia, también están cambiando. Si décadas atrás, por ejemplo, las marcas solían contar con actores, cantantes, deportistas conocidos, etc., desde hace un tiempo y cada vez más, el marketing se está fijando en esas nuevas figuras que son los youtubers. El público potencial puede empatizar mucho más con estos personajes por cercanía e incluso por el feedback que reciben en las redes sociales. Y, por supuesto, su opinión es más verosímil.

Sin embargo, todo en exceso termina degenerando. Las gurús de maquillaje y moda salidas de Youtube, esas mujeres que se grababan con una cámara cualquiera o incluso una simple webcam para contar qué le parecían productos que ellas, con su propio dinero, se compraban, fueron las primeras en quienes las marcas repararon. El problema es que, con el tiempo, las seguidoras de estas gurús han empezado a desconfiar de sus criterios y han dejado de tener influencia real. Es normal que el público deje de creer en sus opiniones cuando perciben un cambio brusco en el canal de sus youtubers, diferencia entre los precios de los productos de los que solía hablar antes y ahora, o una clara intención publicitaria en sus vídeos.

La solución más sencilla y la que agradecemos los seguidores consiste en no ocultar que un vídeo está patrocinado por una marca. No es una fórmula matemática, es una cuestión de lógica: si no quieres perder la confianza de tus seguidores, tienes que ser honesto en todos tus vídeos, sin excepción.

Y toda esta reflexión viene porque, desde hace unos días, una marca, Garnier, ha conseguido en mí el mismo efecto que el anuncio pequeño de un coche del que siempre habla Rush Smith.

A lo largo de mi no tan corta existencia, he usado productos de Garnier en ocasiones puntuales y generalmente, que yo recuerde, he quedado satisfecha con ellos, aunque hace bastante tiempo que no compro ninguno. Pero la campaña que Garnier está iniciando con youtubers ha hecho que vuelva a recordar la marca y hasta interesarme por ella.

Lo que me ha sorprendido es que Garnier está promocionando su línea de productos para el cuidado de la cara, Pure Active, con youtubers que no son gurús de maquillaje, aunque también hay alguna. Y está recurriendo tanto a mujeres como a hombres.

Las que suelen hacer tutoriales de maquillaje las descarto, porque elegirlas no tiene nada de original. Pero me interesan mucho otros perfiles. Que yo sepa, entre los youtubers seleccionados están Rush Smith, Javier Ruescas, Focusing y Andrea Compton.

Es evidente que esta selección responde a un concienzudo estudio de la marca, no hay más que ver la carta simbólica que recibe Rush Smith junto con el envío de muestras del producto. Con la intención evidente de simpatizar con sus seguidores.


Conociendo el perfil de los creepers, seguidores de Rush Smith, queda claro que la campaña va dirigida a un público joven. Y por si me quedaba alguna duda, lo comprobamos de nuevo con el siguiente youtuber, Javier Ruescas, un booktuber y escritor de literatura juvenil.

Por otro lado tenemos a las chicas que he seleccionado para el ejemplo: Focusing y Andrea Compton. Dos chicas muy monas pero cuyo perfil no se parece en nada al de las típicas youtubers de voz melosa y pausada, que suben vídeos grabados en decorados de tonos pastel sobre fondo blanco y tropecientos focos.

He estado cotilleando un poco la línea Pure Active y al ver que entre sus productos hay limpiadores faciales y exfoliantes, no hay duda de que la campaña va dirigida, principalmente, a jóvenes que están en esa época dorada en la que la cara se convierte en un campo de cráteres: la pubertad. Y esa no hace distinciones de sexo. Es más, recuerdo haber visto en esa época a chicos que más que productos de Garnier necesitaban un milagro en el rostro, o una careta. Ay, juventud, divino tesoro

La creatividad, ya sea en literatura, publicidad, o cualquier campo, me fascina, así que voy a estar muy al pendiente en los próximos meses para ver cómo resuelven estos youtubers, y los que estén por llegar, el reto que tienen encima: generar contenido creativo para promocionar a Garnier. ¿Hasta qué punto van a cambiar su perfil al hacerlo?




Admito que el que más curiosidad me suscita es Javier Ruescas. He visto que en el primer vídeo de este tipo que sube ha resuelto bien el reto. Pero, ¿podrá seguirlo haciendo durante meses? Como escritor, ideas no le deben faltar… Confío.

sábado, 19 de marzo de 2016

CONTRA EL VIENTO DEL NORTE.

 “Me fascina que pueda interesarse tanto por una persona que no conoce de nada, que no ha visto nunca y probablemente no vea jamás”. Contra el viento del norte.





Cuidado con el viento del norte porque te puede hacer enfermar.
Hace un par de semanas tuve que anclarme unos días en cama por una gripe de esas que entran casi sin avisar y las que luego se achacan a un mal aire. Como soy un culo de mal asiento y me aburro soberanamente si no hago nada, decidí hacerme con un libro para esos breves intervalos en los que la fiebre da una tregua, tu cuerpo deja de temblar como un flan y no sientes que te están rebanando la sesera.

miércoles, 9 de marzo de 2016

TARBINAS O BUÑUELOS DE BACALAO


La palabra “tarbina” no aparece en la RAE. Eso me duele en el alma, y más aún sabiendo que la RAE sí que recoge, entre otros términos, “papichulo” y  “amigovio”, que no “follamigo”, no se vayan a escandalizar los ortodoxos de la lengua.

La que sí aparece en la RAE es la palabra “talvina”, pero esa hace referencia a unas gachas que se hacen con leche de almendra, mientras que tarbina se refiere a unos buñuelos de bacalao muy típicos en la gastronomía mediterránea.

sábado, 27 de febrero de 2016

DIOS VUELVE EN UNA HARLEY

dios vuelve en una harley


«Léete Dios vuelve en una Harley, de Joan Brady, te va a venir bien».  Me lo dijo así, sin más, como si acabara de recomendarme tomar una tisana de pasiflora para los nervios o una de tomillo para mejorar la circulación.

A mí el título del libro, de entrada, no me convencía nada. Cierto es que  confiaba en el criterio literario y los conocimientos sobre psicología de quien provenía la recomendación, pero Dios y yo hace mucho que no estamos a partir un piñón, precisamente.

martes, 23 de febrero de 2016

SOLOMILLO AL WHISKY CON ACENTO SEVILLANO.

solomillo al whisky

Sevilla tiene un color especial, lo dice la canción, y un sabor que quita el sentío. Eso lo compruebas en cuanto te das tu primera ruta de tapeo por la capital hispalense. Pero he caído en la cuenta de que, después de más de dos años escribiendo recetas, aún no te he traído una receta típica de Sevilla, una de esas que tienen más acento sevillano que el “miarma”. Así que hoy voy a convertirme, por fin, en una buena embajadora de la ciudad en la que nací.

domingo, 7 de febrero de 2016

ZUMBA, LOS MIL AVATARES QUE SUFRES CUANDO COMIENZAS A PRACTICARLO.


En enero me apunté a clases de zumba. Hace  tiempo que tenía el gusanillo del baile, quería quitarme los excesos de las Navidades sin matarme de hambre, también quería practicar algo de deporte, y una cosa llevó a la otra y cuando me vine a dar cuenta estaba bailando canciones de Nene Malo súper motivada, tal que así:


Pero antes de eso tuve que pasar por un drama digno de ser recordado: ataviarme para las clases de zumba.

viernes, 5 de febrero de 2016

TORTITAS PARA UN DESAYUNO DE PELÍCULA.

pancakes

Tortitas americanas o pancakes, llámalas como quieras, pero siempre son la estrella de todo desayuno peliculero que se precie. Aunque, en España, solemos encontrárnoslas en los bares como postre o merienda.

A mí me da igual el momento del día, yo es verlas por televisión y se me hace la boca agua. Y mira que yo soy muy de desayuno andaluz, y para mí la tostada con jamón, tomate triturado y un chorrito de aceite de oliva no se cambia por nada, pero cuando estoy tirada en el sofá viendo una de esas películas americanas, generalmente las que emiten en las sobremesas, y veo a esa idílica familia desayunando una torre de tortitas bañada en sirope de arce, a mí se me abre un agujero en el estómago y empiezo a salivar. Yo creo que, en ese instante, hasta se me baja el azúcar de puro ansia. 

domingo, 31 de enero de 2016

LA LENGUA AZUL



No pudo ser porque tenía la lengua azul.

Reconozco que mientras viajaba en el AVE se me pasó por la cabeza la idea. Pero nada más llegar a Madrid calculé las probabilidades que había de que, en 72 horas, dos desconocidos, que en realidad no lo son tanto, se cruzaran casualmente en una ciudad de más de tres millones de habitantes. Eran pocas. Muy pocas.

sábado, 23 de enero de 2016

PASTEL JAPONÉS CON SOLO 3 INGREDIENTES.

cotton cheesecake


Con tres ingredientes se puede hacer un pastel. Y no un pastel cualquiera, sino un pastel japonés delicioso. Aunque lo de sus orígenes japoneses yo lo dejaría un poco en el aire.

A decir verdad, este pastel recuerda a una tarta de queso. De hecho, se dice que fue en la década de los 80 en una ciudad al sur de Japón, Fukuoka, cuando una pastelería de estilo  estadounidense empezó a distribuir este pastel conocido, también, como la cotton cheesecake. Supongo que el nombre le viene por su textura tan esponjosa.

lunes, 18 de enero de 2016

CÓMO PREPARTE EL EXAMEN DELF B1 DE FRANCÉS


El DELF es un diploma de estudios en lengua francesa que expide el Ministerio de Educación francés. Y es reconocido internacionalmente.
Los niveles del DELF van desde los básicos A1 y A2 a los intermedios B1 y B2. Para obtener los niveles C1 y C2 habría que examinarse de un DALF, es decir, un diploma avanzado de estudios franceses.

Hoy día, tener un título oficial que te reconozca, como mínimo, un nivel B1 en algún idioma es un requisito fundamental que necesitas o vas a necesitar para muchas situaciones: conseguir un Grado, entrar en un Máster, sumar puntos en algunas oposiciones…  Por no hablar de que un curriculum sin idiomas es como una ensalada sin aliño: eso no hay quién se lo coma. O lo que es lo mismo: a ningún futuro jefe le gusta.

Hace unos años me presenté y aprobé, bien sûr, al examen DELF B1. Y hoy he decidido recordar mi experiencia y explicarte cómo me lo preparé yo, por si te sirviera de ayuda.

sábado, 9 de enero de 2016

PROPONTE


Aquí entre tú y yo: eres más falso que un billete de tres euros. Y yo también. Y un gran porcentaje de la población, para qué engañarnos.

Sí, sí, me refiero a ti, seas hombre o mujer. Me refiero a ti que a estas alturas ya lo has vuelto a hacer, como cada año, ya has vuelto a anotar, mentalmente o por escrito, una lista de propósitos para este año que recién acabamos de estrenar.

Mentir a la gente está mal, pero mentirse a uno mismo es cosa de imbéciles.

martes, 5 de enero de 2016

UNA TAL YO




Me llamo Eva María, como la que se fue buscando el sol en la playa pero sin bikini de rayas. Más que nada porque las rayas horizontales engordan y las verticales te dan un look presidiario poco glamuroso.

Tengo 27 años y soy sevillana, natural de un pueblo de marismas por cuyas arterias corre jugo de tomate, conocido como Los Palacios y Villafranca.

Ahora es cuando se supone que yo me vendo sutilmente, te cuento una versión emotiva sobre mi amor por las letras desde la niñez y te digo que inventaba cuentos desde muy pequeña y que se los leía a otros niños… bla, bla, bla… Chorradas. Eso ya lo sabes. Yo prefiero contarte una versión mucho más morbosa sobre mis orígenes.

Yo, Eva María, vine al mundo con un par de almendras ancladas a un útero y envuelto todo en una cadera que se fue ensanchando con el tiempo. A los catorce años (un poco más tarde que al resto de las chicas) me salieron de entre las costillas un par de colgajos de grasa, redondos, prietos, voluptuosos, pero inestables; para salir a la calle hay que llevarlos sujetos y dado que están cosidos al tórax de mala manera, intuyo que se terminarán soltando y la piel irá cediendo hasta rozarme el ombligo mientras la grasa de dentro se irá escurriendo, como la carne vieja de las uvas que se hacen pasas irremediablemente a la par que se les arruga el pellejo y se quedan colgando a saber cómo, de un racimo vencido que apenas las sostiene.

Eso es todo lo que tienes que saber de mí. Bueno, eso y las mil y una estúpidas aficiones que tengo: la literatura, la historia y la cocina, entre otras tantas.

También me entretengo en cosas mucho más serias y rentables como hablarle a las paredes, escuchar música por la calle, ver películas de los ochenta y envidiar los cardados de pelo, adivinar el futuro en los ojos de la gente, espiar por la ventana mientras hago bicicleta estática... Lo típico, vaya.

He abierto este blog porque padezco una curiosa patología: incontinencia verbal teclativa. Vamos, que es sentarme frente a un teclado y no puedo parar de escribir, sobre lo que sea.

Si has llegado leyendo hasta aquí, acabas de confirmar mi teoría: con una buena prosa, puedes atrapar al lector contándole cualquier cosa, desde la confirmación de la existencia del Bosón de Higgs al nacimiento de unos pechos, aunque esto último es más fácil, todo hay que decirlo.



Eva María Torres de los Santos
evamariaescribiendo@gmail.com