lunes, 7 de abril de 2014

TORRIJAS RELLENAS CON UNA MIAJA DE HISTORIA





El olfato es el sentido con más memoria que posee el ser humano; él es el que más recuerdos nos hace evocar. Ahora estamos en Cuaresma y con un pie puesto en la Semana Santa. ¿A qué huelen estos días para ti? Tranquilo, ni esta es una pregunta retórica ni tengo pensado hacer un anuncio de higiene femenina. Solo te pregunto, ¿qué olor te da una patada en la memoria y te manda derechito a estos días cuando lo percibes en cualquier época del año? Probablemente me responderás que el olor a incienso, lo sé, pero para mí  estos días huelen a miel, ajonjolí y canela, huelen a dulces fritos recién hechos.

La riquísima repostería andaluza, la tradicional, la que hunde sus raíces en el tiempo y cuyos dulces son tan típicos de estas fechas de celebración cristiana como lo pueden ser el incienso, los cirios o el traje de penitente, paradójicamente, tiene una gran influencia árabe.

Nuestra actual cocina le debe mucho al legado andalusí, sobre todo la repostería que ha heredado los dulces fritos, a veces incluso especiados (como los pestiños) y bañados en mieles.

Uno de los dulces más típicos de estas fechas y mi preferido, son las torrijas. Con todas las que debes llevar ya metidas entre pecho y espalda, ¿conoces su historia?

Rastrear el origen de las torrijas es un poco complicado. Hay quienes dicen que su nacimiento se remonta a la zalabiya andalusí que era un bollo que una vez asentado se freía en abundante aceite y se pasaba por miel.

Sea esto cierto o no, lo que sí es verdad es que como en Cuaresma la Iglesia prohibía comer carne, había que buscar sustitutos para alimentarse, pero a las clases populares les resultaba muy difícil agudizar el ingenio para llenar el buche con la despensa vacía, por lo que las torrijas se convirtieron en una buena opción para aprovechar el pan sobrante cuando no se consumía carne.

¿Sabías que en el siglo XV se les prescribían a las parturientas comer torrijas para recuperaran fuerzas tras el alumbramiento? Y no me extraña pues el pan aporta hidratos de carbono y el huevo y la leche aportan proteínas, lo que convierte a las torrijas  en un alimento que sacia y da energía.  

Supongo que la versión de mojar las torrijas en vino en vez de en leche, debió de nacer en las tabernas, ya que era muy típico encontrarlas en las tabernas de Madrid en el siglo XX.
              
Hoy por hoy la elaboración de las torrijas ha evolucionado mucho de esas tradicionales bañadas en miel o pasadas por azúcar y canela y se les echa casi de todo (chocolate, dulce de leche, mermelada…), aunque yo soy una gran defensora de las de toda la vida, las que hemos visto hacer a nuestras madres y abuelas y las que en más de una ocasión hemos catado aún calientes, sin haber esperado a que se enfriaran, porque habíamos acudidos ansiosos a la cocina llamados por el olor dulzón que embargaba la casa.

Te confieso algo: mi madre hace las mejores torrijas del mundo. Te prometo que no lo digo por amor de hija (doy fe, esta vástago mía es una descastada, matizaría mi madre  si le dejara meter las narices en esta receta y los dedos en mi teclado). Te aseguro que sus torrijas es un manjar de dioses y no estoy blasfemando ni miaja; las baña hasta con dos almíbares distintos, pero la muy traidora se niega a darme la receta y está decidida a llevarse el secreto a la tumba.

Yo, como no puedo competir contra las torrijas de miel y leche de mi madre, lo asumo,  le hago la guerra con unas torrijas rellenas de crema pastelera que están deliciosas y que te dan la energía suficiente para aguantar una tarde entera de procesiones, ¡por lo menos!  Hoy te traigo esta receta  para que tú también puedas batallar contra el gran repostero o la gran repostera que todos tenemos en nuestra familia o sencillamente para que te des el gustazo con unas torrijas algo diferentes pero que no dejan de recordarnos a las torrijas de toda la vida.

Recetas de cremas pasteleras hay muchas. Yo te voy a dar una muy sencilla que incluso te puede salvar de un apuro otro día, por ejemplo, si la utilizas para rellenar unos bizcochos y montar así una tarta cubierta con una ganache de chocolate (te expliqué como hacerla en la receta “La tarta de la abuela moderna”). Además, a mí siempre me gusta darte muchas alternativas, así que te diré que podrías rellenar las torrijas en vez de con crema pastelera con flan, el de toda la vida, el que se utiliza para las galletas fritas. Y tras este empujoncito a tu creatividad, vayamos a por los ingredientes y la elaboración de nuestra receta.

Empezamos con la crema pastelera. Los ingredientes que necesitas son 500 ml. de leche, 3 huevos, 70 gr. de azúcar, 20 gr. de azúcar vainillado y 50 gr. de maicena.

Ponemos todos los ingredientes en un cazo y removemos insistentemente hasta que empiece a hervir. Luego apartamos y reservamos  nuestra crema pastelera en un recipiente protegido por papel film para evitar que se nos forme una costra.

A continuación, preparamos las torrijas. Los ingredientes que necesitas son un par de paquetes de pan (hay muchos tipos de pan para torrijas, yo te recomiendo que elijas uno en el que las torrijas no sean muy grandes pues de lo contrario, como van rellenas, se te haría un dulce muy pesado) 1 l. de leche que debemos aromatizar previamente (llevándola a ebullición con 100  grs. de azúcar, un palo de canela y la piel de un limón), 3 huevos, aceite de girasol, azúcar y canela molida.


Elaboración. Tenemos que rellenar las torrijas con la crema pastelera (untamos una generosa capa de crema pastelera en una torrija y ponemos otra torrija encima como si fuera un sándwich) y una vez rellenas pasarlas por la leche aromatizada primero y por los huevos batidos después y freírlas en una sartén grande en abundante aceite dándoles la vuelta para que queden doradas por ambos lados. Cuando estén fritas las sacamos y las dejamos sobre papel de cocina para que éste absorba el aceite sobrante. Para finalizar las pasamos por una mezcla de azúcar y canela molida. ¡Y listas para degustar!

*Publicada en la sección de Gastronomía de LA VOZ DE HOY

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