No hay nada mejor para refrescar las noches de verano que un
buen cóctel.
En el arte de la coctelería, como en todo, hay modas;
algunas nos han dejado auténticas delicias para el paladar y otras auténticas
atrocidades como la de convertir los Gin Tonics en ensaladas. Pero hoy me voy a centrar en un coctel que para mí,
por lo mucho que me gusta, es el cóctel por excelencia: el mojito. Su
elaboración tampoco ha resistido a las modas y tenemos desde los mojitos
clásicos, con su típico sabor a lima y menta, a los más modernos que cambian la
lima por cualquier otra fruta, pasando, por supuesto, por la aberración del
típico mojito que te sirven a las cuatro de la mañana, en un bar de dudosa
reputación, con el hielo tan derretido que el preparado se acaba convirtiendo
en una sopa calentita que, con ese
gustillo a hierbabuena, más pareciera caldito de puchero que un mojito.