jueves, 24 de julio de 2014

REALITYCHEF, UN PLATO NO AL GUSTO DE TODOS LOS PALADARES.


Hace unas horas fue la final de Másterchef. ¡Qué tensión hasta el último momento! Qué zozobrada estaba yo tras la pantalla intentando averiguar quién se alzaría, por segunda vez, con el título de Masterchef España y… Bla, bla, bla… Era todo tan predecible como un truco de prestidigitación de los malos, de los que te sacan del interior de una chistera un conejo que no es que esté tieso, es que ya directamente te viene hecho al ajillo. Y en este caso, no hay mejor comparación.

No obstante, diga lo que diga en este artículo, que no parezca lo contrario; adoro los programas de cocina. Los veo todos. Desde los clásicos de antaño en los que el cocinero simplemente hacía lo que su profesión demandaba, es decir, cocinar, pero tras una cámara y aprovechaba para enseñarte sus recetas, a los que se han puesto de moda en los últimos años, los realities de cocina. Soy una cocinillas, me encargo de la sección de gastronomía de un periódico digital, me fascina conocer todo lo relacionado con el mundo de la gastronomía y podría dar mil explicaciones más pero creo que con estas son suficientes para que me crean cuando digo que los realities de cocina son de lo poco que digiero de la parrilla televisiva y  que, por eso, me los zampo glotonamente.

Dicho lo cual, queda claro que todo lo que escriba a partir de ahora no es más que una pequeña dosis de sal de frutas, en forma de palabras, para aliviar lo indigesta que, según veo, ha resultado la final del programa.

Vengo leyendo, desde la semana pasada, a mucha gente indignada en las redes sociales tras la “inexplicable” expulsión de Emil, un personaje de esta segunda edición de Masterchef, si bien poco carismático, a todas luces, con bastante más nivel que el resto de sus compañeros. ¡Tongo! ¡Tongo! Clamaban como si fueran Rodrigo de Triana avistando, por primera vez, lo que luego serían las Américas.

¿De verdad alguien, a estas alturas, se sorprendía aún de que el programa siguiera un guión? Lo dudo y mucho, a no ser que fuera cosa mía y una tenga unas dotes adivinatorias ocultas (cosa que me urge comprobar, porque de ser así ya voy a estar buscando la forma de rentabilizarlas) o  que, por deformación profesional, vea tramas y guiones por todas partes (esto último es innegable, pues no hallo mayor placer que desnudar todo lo que leo hasta dejarlo en paños menores, pero esa es otra cuestión).

Los ingredientes para la segunda edición de Masterchef, de entrada, eran, prácticamente, los mismos que para la primera. ¿No  era evidente cómo se parecían sospechosamente los perfiles de los concursantes de ambas temporadas?

Os pongo ejemplos.

¿Recordáis a Cerezo y su famosa tarta de queso, tan fea como deliciosa? Era un cocinero poco refinado, por decirlo de alguna manera, aunque tenía algo de mano en la cocina, debemos suponer, ya que había superado los castings. Yo tuve un déjà vù con él al ver, este año, a Miguel Ángel. Pensadlo. No diré más.

Otro ejemplo, así, de pasada, el de las dos estudiantes jóvenes, Paloma y Lola, respectivamente, expulsadas en el primer programa de ambas ediciones.

Y, ¿qué me decís de la embajadora de las alcachofas, Maribel? Más carismática, sí, pero igual de entrañable que Churra (que ahora resulta que tiene su propio club de fans).

No voy a seguir con las comparaciones por no resultar tediosa, pero ya solo con la semifinal nos queda todo servido blanco y en botella. Recordemos los cuatro últimos concursantes de la edición pasada y comparémoslos con los de esta. David, eliminado el cuarto, a un paso de la final, al igual que Emil. De este modo, las becas para Le Cordon Bleu recaen en tres personajes/concursantes: el yogurín Fabian en la primera edición y Mateo en la segunda, una mujer espontánea y de armas tomar que domina las técnicas hasta cuando improvisa, primero fue Eva Micaela y ahora Viki y, cómo no, el cocinero campechano que es todo un ejemplo de evolución dentro del programa, Juan Manuel que ganó el año pasado o  su homónimo de este año, Cristóbal (un homónimo más… dejémoslo en intenso y dicharachero, qué duda cabe, aunque a mí me tuviera ganada), que se ha quedado el tercero, perdiéndose el gran duelo.

A la postre, distintas posiciones pero mismos perfiles en la final.

Precisamente, que Cristóbal esté en la final y no Emil es lo que ha despertado toda la polémica de los últimos días.

A ver, seamos sinceros, el ser finalista, como es lógico pensar, lleva aparejada, además de las famosas becas en Le Cordon Bleu, toda una parafernalia de aparecer en los medios, firmar algún contrato, etc  etc y, señores, por mucha esferificación y mucho nitrógeno que veamos, este es un programa de televisión antes que de comida. Nos guste o no, es un reality; los hay de cocineros más o menos doctos en la materia (no olvidemos Topchef), los hay de cantantes (como Operación Triunfo), los hay con complejo de experimento sociológico (las autoridades sanitarias advierten que si ves estos últimos, tu cerebro encoge hasta alcanzar el tamaño del cerebro de una avestruz que, por si no lo sabes, es más pequeño aún que sus ojos, ten cuidado), en definitiva, realities los hay de todo tipos y Masterchef es uno más.

Esto es fácil verlo cuando ya empiezan a meter concursantes que pueden ser “problemáticos” en las pruebas. Este año, como era predecible, ya hemos tenido a una concursante vegetariana, ¡anda que no daba morbo televisivo verla cocinar carne o, mejor aún, enfrentarse ya en los primeros programas a una careta de cerdo! Nunca hubo más carne en Másterchef que mientras Celia fue concursante.

Además, Mateo es celíaco, no olvidemos, pero la celiaquía da menos juego, qué le vamos a hacer…

Luego hemos tenido escenitas propias de un plató de Sálvame gracias a Gonzalo y sus rencillas con Marina y el jurado. ¡Hasta llegó a abandonar la casa! Perdón, digo, el programa.

Vaya, que si en vez de a los hermanos Roca hubieran invitado en la final a Mercedes Milá, a mi no me hubiera extrañado.

La final, en sí, me resultó un poco sosa, sin embargo me la tragué porque ya os digo, estos programas son de mis platos preferidos y mucho se tienen que chamuscar para que yo no los vea. Ni el montaje audiovisual, incluyendo las carreritas al final, ni la música de tensión, ni los planos al reloj, consiguieron llevarme la sangre a ebullición, ni un leve chapoteo noté.

Al principio, los espectadores solo veíamos fallos de Mateo para que comparáramos y nos quedara claro lo muy profesional que es Viki a quién ni los nervios le pueden. Yo ya pronosticaba que por mucho que al bizcochito se le  quemaran hasta sus propios bizcochitos, al final sacaría un postre que elogiarían mucho pero la ganadora sería Viki, porque estas cosas del guión dan lugar a poca improvisación.

En las redes sociales también se sabía que el pescado estaba vendido y nosotros solo visionábamos una gala paripé.

Poco más puedo comentar que no se haya dicho ya en los medios, si hasta tuvimos, después, Gran Hermano, el debate…, perdón, el subconsciente es harto traicionero y lo traigo frito, tuvimos el comentario de la final de Másterchef con momentos emotivos, repeticiones lacrimógenas, un invitado polémico (¡trajeron a Gonzalito!), invitados del mundo de la gastronomía, invitados de esos que uno no sabe qué pintan ahí y un poquito de making off que siempre es curioso de ver.

Sin embargo, y como avisaba, todo esto no quiere decir que demonice al programa, ni mucho menos. Solo digo que Masterchef me resulta como un plato de macarrones con tomate de bote: una ambrosía que cualquiera puede catar y que, por eso mismo, uno está harto de probar y conoce perfectamente a lo que sabe así cambie la marca de la pasta, del tomate o del queso rallado, atún o la proteína que se le quiera agregar. Esas sencillas elaboraciones que, sea como sea, gustan y uno va comer siempre que se lo sirvan sin empacharse.

Los que le tengan miedo a los carbohidratos o no les apasione el mundo culinario, no lo van a degustar, pero a los que sí, aunque nos lo sirvan con la pasta pasada de cocción, nos lo vamos a comer igual.

Así que, si no me cambian el jurado que es sabroso, sabroso, y no lo digo solo por Jordi Cruz, que también, sino por las intelectuales opiniones de Samantha Vallejo («es bonito», «está rico») y el buen yantar y humor de Pepe Rodríguez, yo  me sigo declarando muy fan del programa y pienso ver todas las próximas ediciones que hagan de él, tanto en la versión adulto como en la infantil.


Mientras tanto, pónganle sa… Perdón, es que el guión de Eva González era muy bueno y siempre que veo una película que me gusta me paso días repitiendo las frases míticas. Es como la canción del verano; ya se me pasará cuando refresque un poco.


2 comentarios:

  1. Pues sí, un poco cantado sí que estaba y eso que por los comentarios parecía que todo iba a favor de Mateo. En fin, me pareció un poco injusto.

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  2. Gracias por tu aportación, María. La verdad es que yo también hubiera preferido otro resultado para la final. Me gustaba mucho más Mateo que Viki, a quién se la sudaba la alta cocina en la semifinal, según decía. Pero buscaban tres personajes mediáticos para las becas y, se ve, que este año ganara una mujer y así ha sido.

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