lunes, 23 de noviembre de 2015

TERAPIA.


Tenía que desnudar su alma pero primero desnudó su cuerpo. Cayeron la ropa y los tapujos. Los tres enganches del sujetador cedieron con un leve juego de pulgares. Y los senos, libres de ataduras, se descolgaron. Quedaron a merced de un libertador que se los llevó pronto a la boca.

Tenía que hacerla gritar de dolor pero primero la hizo gemir de placer. Un grito ahogado que nace de dentro, que quema, que es húmedo. Que se repite como un eco, que se contrae, que palpita.

Tenía que enseñarla a caminar de nuevo, de forma que no se tropezara a cada rato y se lastimara los ligamentos, pero primero le rompió las piernas. A base de golpes. Y durante días le escribió mantras en las escayolas. Frases que ella habría de repetir en voz alta siempre que las viera.

Cuando los huesos sanaron ella descubrió que la tinta había traspasado la escayola y sus mensajes se le habían quedado gravados en la piel. Para siempre.

Tenía que liberar su mente de nubarrones, pero primero se la llenó de pajaritos de colores. Que revoloteaban mucho y cantaban. Que le hacían cosquillas con las alas en el pelo.

Y al poco ella, que no sabía llorar, aprendió a reír. Con una mandíbula floja que olvidó el bruxismo. Con un corazón que dejó de estar arrítmico. Con un estómago de compuertas abiertas. Con ganas. 



Imagen de Esther Morales en http://www.theartboulevard.org/

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