Tenía que desnudar su alma pero primero desnudó su cuerpo.
Cayeron la ropa y los tapujos. Los tres enganches del sujetador cedieron con un
leve juego de pulgares. Y los senos, libres de ataduras, se descolgaron. Quedaron
a merced de un libertador que se los llevó pronto a la boca.
Tenía que hacerla gritar de dolor pero primero la hizo gemir
de placer. Un grito ahogado que nace de dentro, que quema, que es húmedo. Que
se repite como un eco, que se contrae, que palpita.
Tenía que enseñarla a caminar de nuevo, de forma que no se
tropezara a cada rato y se lastimara los ligamentos, pero primero le rompió las
piernas. A base de golpes. Y durante días le escribió mantras en las escayolas.
Frases que ella habría de repetir en voz alta siempre que las viera.
Cuando los huesos sanaron ella descubrió que la tinta había
traspasado la escayola y sus mensajes se le habían quedado
gravados en la piel. Para siempre.
Tenía que liberar su mente de nubarrones, pero primero se la
llenó de pajaritos de colores. Que revoloteaban mucho y cantaban. Que le hacían
cosquillas con las alas en el pelo.
Imagen de Esther Morales en http://www.theartboulevard.org/
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